La idea de crear un campeonato internacional de fútbol surgió en el congreso fundacional de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación) celebrado en París el 21 de mayo de 1904. El francés Robert Guérin, primer presidente de este organismo por el breve período de 2 años, y el holandés C. A. W. Hirschmann,
primer secretario general, auténticos impulsores de la creación de la Federación Internacional, albergaban la esperanza de organizar un torneo a escala mundial. En la primera sesión de la FIFA se confió a Hirschmann, precisamente, la redacción de un reglamento por el que se regiría dicho torneo.
Sin embargo, las ilusiones de ambos mandatarios no estaban en consonancia con la aún escasa dimensión del fútbol europeo. Al congreso para la fundación de la FIFA sólo habían asistido representantes de 8 naciones del viejo continente: Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Holanda, Suecia y Suiza. Algunas carecían aún de una federación nacional consolidada, los clubes eran escasos y se celebraban pocas competiciones nacionales y, menos aún, internacionales.
Un año después de su fundación, la FIFA había ampliado a 11 el número de afiliados mediante la incorporación de Italia, Austria y Hungría. Guérin y Hirschamnn creyeron que ya había llegado el momento de relanzar la idea de un campeonato internacional, idea que expusieron en el congreso de abril de 1905. En aquella ocasión se acordó que los 11 países afiliados más las 4 federaciones británicas, todavía no asociadas -Inglaterra se afilió en 1906 y Escocia, Irlanda y Gales en 1910- pero que simpatizaron en principio con el proyecto, se distribuirían en 4 grupos que habrían de disputar una ronda eliminatoria. La fase final tendría lugar en Suiza al año siguiente y a ella concurrirían los ganadores de cada uno de los grupos, que quedaron configurados de esta forma:
1. Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda
2. España, Francia, Bélgica y Holanda
3. Suiza, Italia, Austria y Hungría
4. Alemania, Dinamarca y Suecia
primer secretario general, auténticos impulsores de la creación de la Federación Internacional, albergaban la esperanza de organizar un torneo a escala mundial. En la primera sesión de la FIFA se confió a Hirschmann, precisamente, la redacción de un reglamento por el que se regiría dicho torneo.
Sin embargo, las ilusiones de ambos mandatarios no estaban en consonancia con la aún escasa dimensión del fútbol europeo. Al congreso para la fundación de la FIFA sólo habían asistido representantes de 8 naciones del viejo continente: Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Holanda, Suecia y Suiza. Algunas carecían aún de una federación nacional consolidada, los clubes eran escasos y se celebraban pocas competiciones nacionales y, menos aún, internacionales.
Un año después de su fundación, la FIFA había ampliado a 11 el número de afiliados mediante la incorporación de Italia, Austria y Hungría. Guérin y Hirschamnn creyeron que ya había llegado el momento de relanzar la idea de un campeonato internacional, idea que expusieron en el congreso de abril de 1905. En aquella ocasión se acordó que los 11 países afiliados más las 4 federaciones británicas, todavía no asociadas -Inglaterra se afilió en 1906 y Escocia, Irlanda y Gales en 1910- pero que simpatizaron en principio con el proyecto, se distribuirían en 4 grupos que habrían de disputar una ronda eliminatoria. La fase final tendría lugar en Suiza al año siguiente y a ella concurrirían los ganadores de cada uno de los grupos, que quedaron configurados de esta forma:
1. Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda
2. España, Francia, Bélgica y Holanda
3. Suiza, Italia, Austria y Hungría
4. Alemania, Dinamarca y Suecia
Cuando el 31 de agosto de 1905 terminó el plazo para la recepción de inscripciones, ninguno de los países invitados, ni siquiera Suiza en su calidad de anfitrión, había formalizado su solicitud. Fue el delegado inglés quien firmó, en estos términos, la muerte de la iniciativa: La FIFA todavía no está fundada sobre bases suficientemente estables para emprender la creación de un campeonato internacional. Para pensar en esta creación haría falta la seguridad previa de que existiera en cada país una sola asociación nacional. Haría falta también tener la certeza de que todos los equipos inspcritos observaran las mismas reglas de juego.
La iniciativa, entonces, quedó nuevamente postergada y el inglés D. B. Woolfall, que en 1906 sustituyó a Robert Guérin en la presidencia de la FIFA, no demostró interés en impulsarla.
Entrada por la puerta olímpica
Si el carácter embrionario de la FIFA había hecho desistir a sus dirigentes de la puesta en marcha de un campeonato internacional, un torneo de parecidas características iba a tener cabida en el seno de los Juegos Olímpicos. Por vez primera en la historia del olimpismo, el fútbol fue admitido en los Juegos celebrados en Londres en 1908. Sólo intervinieron en aquella ocasión 6 selecciones, dos de las cuales representaban a Francia. El torneo ratificó la supremacía de los amateurs de Gran Bretaña, que se alzaroncon la medalla de oro al vencer en la final a Dinamarca por 2-0. Para Holanda, que venció a Suecia por 2-1 en el encuentro por el tercer lugar, fue la medalla de bronce.
Cuatro años más tarde, en los Juegos Olímpicos de Estocolmo, participaron 11 selecciones: Alemania, Austria, Finlandia, Italia, Suecia, Holanda, Rusia, Inglaterra, Hungría, Noruega y Dinamarca. De nuevo disputaron la medalla de oro Gran Bretaña y Dinamarca y también en esta ocasión el triunfo fue para los británicos (4-2). La medalla de bronce volvió a quedar en manos de Holanda, que ganó en el encuentro por el tercer puesto, a Finlandia por 9-0.
Cuatro años más tarde, en los Juegos Olímpicos de Estocolmo, participaron 11 selecciones: Alemania, Austria, Finlandia, Italia, Suecia, Holanda, Rusia, Inglaterra, Hungría, Noruega y Dinamarca. De nuevo disputaron la medalla de oro Gran Bretaña y Dinamarca y también en esta ocasión el triunfo fue para los británicos (4-2). La medalla de bronce volvió a quedar en manos de Holanda, que ganó en el encuentro por el tercer puesto, a Finlandia por 9-0.
Los Juegos Olímpicos demostraron a los dirigentes de la FIFA que la celebración de un campeonato de fútbol a escala internacional había dejado de ser una utopía. Así se consideró en el congreso celebrado en Cristianía (actual Oslo) en 1914, al que asistió el francés Jules Rimet.
Éste, junto a su compatriota Henri Delaunay, tomó la firme resolución de impulsar definitivamente la consolidación del campeonato. Sin embargo, tampoco en esta reunión se establecieron las bases para que la Copa del Mundo tomara efectivamente carta de naturaleza. El representante de Suiza propuso que los torneos olímpicos fuesen homologados como campeonatos mundiales de aficionados, pero la propuesta no prosperó por la oposición que mostraron las delegaciones de Suecia y Estados Unidos. Pese a ello, el congreso de Cristianía fue importante porque registró, por primera vez en la historia de la FIFA, la presencia de delegaciones de fuera de Europa, concretamente la ya mencionada de Estados Unidos y la de la Asoción de Fútbol Argentina (AFA).La Primera Guerra Mundial, entre 1914 y 1918, significó un obligado y triste paréntesis tanto para el calendario olímpico como para las reuniones de trabajo de la FIFA. Pero la celebración de los Juegos Olímpicos de 1920, en la ciudad belga de Amberes, representó la vuelta a la normalidad y sirvió para comprobar, pese al conflicto bélico, el auge que había experimentado el fútbol en Europa durante las dos primeras décadas del siglo XX. Catorce fueron las selecciones participantes en el torneo olímpico: Italia, Egipto, Checoslovaquia, Yugoslavia, Noruega, Gran Bretaña, Holanda, Luxemburgo, Suecia, Grecia, España, Dinamarca, Francia y Bélgica. La final la disputaron Bélgica y Checoslovaquia, pero el equipo checo fue descalificado y desposeído de la medalla de plata por abandonar el terreno de juego cuando los locales ganaban por 2-0. En consecuencia, el partido España-Holanda, que debía decidir la medalla de bronce, sirvió para proclamar subcampeón al primero, que triunfó por 3-1.
Este mismo año, con la problemática postbélica todavía muy viva en la mente de todos, las 4 federaciones británicas, más Bélgica, Francia y Luxemburgo, rehusaron estar asociadas en un mismo organismo con Austria, Alemania y Hungría -derrotadas en el conflicto mundial-. Sugirieron que estas últimas se integraran en un organismo distinto, pero ante la oposición de otros países las federaciones británicas se separaron de la FIFA hasta 1924.
Posteriormente se agravó la controversia, surgida en Amberes, sobre el carácter "no olímpico" de algunas selecciones que participaron en los Juegos. Inglaterra, que desde 1888 había establecido una liga profesional en su ámbito federativo, enviaba a los Juegos Olímpicos un equipo estrictamente amateur, hasta el punto de que los propios jugadores, se pagaban los desplazamientos y hoteles. El hecho de que otras federaciones no compartieran el mismo criterio llevó a las 4 federaciones británicas a apartarse de nuevo de la FIFA, de 1928 hasta 1946.
Jules Rimet, el impulsor
El 1 de marzo de 1921, Jules Rimet fue elegido presidente de la FIFA. Desde el primer momento se trazó la idea matriz de consolidar la influencia y el prestigio de este organismo a nivel mundial: la creación de un campeonato al margen de la tutela y los condicionamientos olímpicos.
Pero, una vez más, fueron los Juegos Olímpicos celebrados en 1924 en París, y aun los que tuvieron a Amsterdam como sede en 1928, sendos acontecimientos propulsores del fútbol internacional. En París intervinieron 21 selecciones, entre ellas las de Estados Unidos y Uruguay, y el torneo de fútbol alcanzó un inesperado éxito de público. En el partido final, disputado entre Uruguay y Suiza en el estadio de Colombes, se registró una entrada de 50.000 espectadores que quedaron entusiasmados con el juego de las grandes estrellas uruguayas.
En poco tiempo el fútbol había avanzado un cuarto de siglo y Jules Rimet, siempre respaldado y animado por su colaborador Henri Delaunay, supo aprovechar este clima de entusiasmo que había despertado entre los incipientes aficionados al torneo parisiense. Un hecho que, posteriormente, el propio Rimet calificaría de "providencial", se iba a añadir a ese impulso para la creación de la Copa del Mundo.
En 1925, Jules Rimet coincidió en el Quai des Bergues de Bruselas con el diplomático uruguayo Enrique Buero, que había acompañado a la selección de su país, la histórica "celeste", en su triunfal actuación en París un año antes. El fútbol y la posibilidad de poner en marcha la Copa del Mundo fueron los temas de la cordial conversación, que el propio Rimet recuerda así en sus memorias: Al dejarle me quedó el presentimiento de que la Asociación Uruguaya de Fútbol, si era requerida para ello, probablemente aceptaría la organización del primer Campeonato del Mundo, tomando a su cargo los gastos de viaje y estancia de los países europeos y sudamericanos que intervinieran. Estaba convencido de que el señor Buero, cuyo prestigio conocía, cuyo prestigio conocía, pondría todo su empeño y fe en obtener la conformidad de sus compatriotas. Así lo hizo, pero mucho más allá de lo que yo esperaba.
El 10 de diciembre de 1926, el Comité Ejecutivo de la FIFA, reunido en París, nombró una comisión para que estudiara una fórmula que hiciera viable la celebración de un Campeonato del Mundo. Esta comisión estaba integrada por los señores Bonnet (Suiza), Meisl (Austria), Delaunay (Francia), Ferretti (Italia), Linnemann (Alemania) y Fischer (Hungría). El organismo se reunió el 5 de febrero de 1927 y elaboró un proyecto de competición que fue enviado a todas las delegaciones que acudirían al Congreso de la FIFA a celebrarse en Helsingfors del 3 al 5 de junio. Sin embargo, bien porque algunas circulares se habían extraviado, bien porque las delegaciones consideraron que debía madurarse más la idea, en aquel congreso no llegó a tomarse ninguna resolución sobre el proyecto. La definición quedó aplazada para el Congreso que la Federación Internacional celebraría al año siguiente en Amsterdam, coincidiendo con los Juegos Olímpicos en la capital holandesa.
En esa ocasión Henri Delaunay fue el encargado de defender, el 26 de mayo de 1928, el texto redactado por la Comisión. En contra de algunas voces que afirmaron que el torneo olímpico debía ser considerado un auténtico campeonato mundial, Delaunay sostuvo que la condición de jugadores amateurs que se les exigía a los participantes en los Juegos Olímpicos impedía que cada país acudiese a los mismos con sus mejores equipos, en tanto que el Campeonato del Mundo estaría abierto a todos los jugadores, "fueran profesionales, amateurs u otros", sin establecer ningún estatuto particular.
La proposición que se sometió a votación estaba redactada por Delaunay en los siguientes términos: El Congreso decide organizar una competición abierta a los equipos representativos de todas las asociaciones nacionales afiliadas. Una comisión, nombrada por el Congreso, estudiará las condiciones de organización de esta competición. El proyecto deberá ser sometido al próximo Congreso para su aprobación definitiva.
Decisión final en Barcelona
Esta propuesta fue aceptada por 23 votos a favor, 5 en contra (entre ellos los países escandinavos) y una abstención (Alemania). La comisión de la FIFA prosiguió sus trabajos para presentar, en el Congreso que se celebraría al año siguiente en Barcelona, unas normas generales por las que se regularían los Campeonatos del Mundo. El 8 de septiembre de 1928, en Zurich, la comisión dio a conocer los 4 puntos por los que se regiría el campeonato:
1. La FIFA organizará cada 4 años, a partir de 1930, un campeonato mundial de fútbol.
2. En el mismo podrán inscribirse todas las asociaciones nacionales pertenecientes a la FIFA.
3. Se sortearán los países participantes.
4. Si se inscriben más de 30 países, se podrán establecer encuentros eliminatorios.
La aprobación de estos principios se produjo en el Congreso de la FIFA celebrado el 18 de mayo de 1929 en Barcelona, donde se establecieron también las condiciones financieras y deportivas del torneo. El país organizador correría con todos los gastos y el sistema de competición sería el de copa a un solo encuentro; es decir, sucesivas eliminatorias por sorteo hasta llegar a la final.
Además de Uruguay, que resultó elegido como sede por aclamación, se habían presentado las candidaturas de Holanda, Suecia, Hungría, Italia y España, que fueron desestimadas por los congresistas. Ganador de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, la mayoría de los reunidos en el Congreso decidió que era de justicia conceder a Uruguay el honor de albergar la primera Copa del Mundo que, además, coincidiría con la celebración del centenario de su organización constitucional. Los uruguayos prometieron, por su lado, edificar un estadio con capacidad para 100.000 espectadores.
Se retiran varias naciones
Pero la euforia que se respiraba en el Congreso de Barcelona duró poco. Dos meses antes de la inauguración del campeonato, fijada para el 13 de julio de 1930, ningún país europeo había hecho llegar a la FIFA su solicitud de inscripción. Las selecciones de Alemania, Austria, Checoslovaquia, Holanda, Hungría, Italia, Suecia y España, que habían anunciado su presencia en Uruguay, se echaron atrás. Las razones que esgrimieron eran la falta de aclimatación de sus jugadores al crudo invierno uruguayo, la imposibilidad de interrumpir sus campeonatos nacionales, el perjuicio económico que iba a suponer para los clubes el prescindir de sus mejores jugadores durante varias semanas e incluso meses, y las dificultades que por aquel entonces entrañaba cruzar el océano.
La FIFA tuvo que ampliar al máximo el plazo de inscripción y llevó a cabo una ardua labor diplomática para tratar de convencer a las Federaciones europeas de que participasen en el Mundial, ya que el anuncio de las masivas deserciones había creado un ambiente de hostilidad hacia el fútbol del Viejo Mundo en América Latina, sobre todo en Uruguay, y la situación de la FIFA, y la del propio Jules Rimet, se hallaba seriamente comprometida. Esta tarea de persuasión logró finalmente captar 4 equipos europeos: Bélgica, Rumania, Yugoslavia y Francia.
El torneo se denominó Campeonato Mundial de Fútbol "Copa Jules Rimet", en homenaje al hombre que sufrió mayores desvelos para que alcanzase el éxito. El trofeo, que el propio Rimet llevó en su equipaje cuando viajó a Montevideo para presidir el primer campeonato, era una estatuilla cincelada en oro macizo por el orfebre francés Abel Lafleur. De 30 centímetrios de altura, representa una victoria alada que sostiene, en sus brazos en alto, una copa. El peso del oro que contiene la escultura es de 1.800 gramos y el peso total del trofeo, contando la peana de mármol, es de unos 4 kilos. Costó, en su día, 50 millones de antiguos francos franceses.
Se estipuló que la nación ganadora de cada campeonato guardaría la Copa en depósito hasta la celebración del torneo siguiente, 4 años más tarde, y que el trofeo pasaría a ser propiedad de la nación que ganase el Campeonato del Mundo en 3 ocasiones.
La Copa Jules Rimet fue definitivamente obtenida por Brasil en 1970, cuando gana por tercera vez el título en la edición del Campeonato celebrada en México. A partir de 1974, el trofeo en litigio es la Copa Mundial de la FIFA.
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